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¡Buenas nuevas!

Dos de mis cuentos fueron seleccionados para la colección Resplandor de la Memoria Andina de la Editorial Letras Negras (Colombia).

Cuentos para niños que ya crecieron

Tumbada al borde de la cama, no se dio cuenta del mal tiempo que había llegado hasta que un par de gotas atrevidas decidieron mojarle la espalda. Con la llama de una pequeñísima vela sobre el velador cerró la ventana, agarró la manta más gruesa y volvió a adentrarse en los sueños que había dejado en stand by. Soñaba tanto que a veces confundía los sueños con la realidad, soñaba tanto que a veces sentía que necesitaría algunas vidas más, soñaba tanto que a veces simplemente no quería despertar. Se agarró de su almohada y se perdió en las dos plazas que tenía su cama, dos plazas que parecían dos kilómetros para su diminuto cuerpo y para la soledad con la que compartía habitación.

 

Esa noche bajó tanto la temperatura que incluso la vela decidió apagarse. Mejor extinguirse dignamente a verse arrasada por una vaga corriente de aire. Cuando dentro de aquellas cuatro paredes no quedó ni el más mínimo rastro de luz, Adriana despertó a raíz de un estruendo en el piso inferior. ¿Un gato callejero tal vez? ¿Una visita inesperada de su hermano? ¿Había Ofelia olvidado de nuevo las llaves de su casa? Ninguna posibilidad era creíble y ella lo sabía, al igual que sabía que tenía que bajar por las escaleras.

 

Se enfundó en una salida de cama, olvidó las pantuflas y lanzó su cabello hacia atrás mientras simulaba una coleta de caballo. Ella conocía el lugar exacto de cada mueble y cada estante, había memorizado todo a la perfección, incluso aquellos centímetros de más que tenía un escalón del graderío. A medida que la lluvia empezaba a dar tregua los ruidos se sentían más cercanos. Cada paso en aquella vetusta casa podía escucharse, las tablas difícilmente serían cómplices de sorpresas o ladrones.

 

Su esposo había llegado de su misión en la selva, los ruidos ya tenían autor. Adriana se abalanzó hacia sus brazos, llevaban meses a través de llamadas breves con burocracia internacional. No podía creerlo, después de tanto tiempo y de sacrificios sobrehumanos él estaba de vuelta en casa. Dejaron que el silencio y las caricias hicieran su parte, pusieron la cantina para probar aquel té exótico que él le había comprado. Se embriagaron de besos y se quedaron dormidos, con sus cuerpos perfectamente encajados. Misterios de la física que son solo producto de años de complicidad. 

 

Cuando amaneció y el sol tímidamente intentaba restarle espacio al frío que había azotado la ciudad, Ofelia llegó con el pan recién horneado. Pensaba que Adriana debía estar un poco resfriada o no pudo dormir producto de la noche fría, así que el pan seguro le haría mejorar el ánimo. Al llegar a la casa, para su sorpresa, el periódico seguía a la entrada de la casa y las cortinas que daban a la calle continuaban cerradas.

 

Bastaba dar un paso en aquella casa para entenderlo todo, el cuerpo de Adriana yacía en el piso víctima de algún cóctel de fármacos. Fue enterrada donde estaban los restos –o lo que se creía eran restos– de su esposo. Él nunca volvió de su misión, tan solo regresó una vez entre sueños para vivir las siguientes vidas con Adriana, las vidas que ella creía todavía le quedaban, ¿tres, cierto?

Tres

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